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Nota 2ª. Por Gerardo Álvarez

Acompañaron a Rafael Figueroa en la conducción de la Biblioteca Escolar, conformando su primera comisión directiva, algunos destacados maestros

de la Normal, Raquel Magallanes, María Luisa Cejas y José Corti; la recordable directora de la Escuela Alberdi, que entonces era identificada por el segundo apellido de su esposo, Clara Carignano de Martínez Pombo; Silo Dei Cas, Nemesio Valbuena, quien unos años después sería el director-fundador del periódico La Nota, Angela Malberti, hija de uno de los primeros pobladores del lugar, y Francisca Gurria de Torné, quien enseñaba declamación y presentaba sus memorables veladas poéticas en el Teatro Verdi… Tres de ellos, Valbuena, Dei Cas y la señora de Martínez Pombo, fueron quienes contribuyeron a diseñar el perfil institucional de la nueva biblioteca, al encargarse de la redacción de sus estatutos.

Al igual que otros distinguidos visitantes que llegaron a esa casa en el tiempo en que la regía Rafael Figueroa, Pizzurno dejó un testimonio autografiado en el que manifestó «... constancia de la impresión tan favorable que por su espíritu produce, enseguida, el personal directivo y docente de esta Escuela Normal». Y la Biblioteca Infantil y Pedagógica que llevaría su nombre y fuera constituida en el seno de ese establecimiento escolar inició de inmediato su labor, contando inicialmente con quinientos diez libros cedidos por el Club Social y siendo reconocida como popular el 2 de agosto de 1926.

Entretanto, en el cercano pueblo de Carcarañá también se estaba gestando la constitución de otra biblioteca popular en el ámbito de la Escuela Fiscal Nº 232 Domingo F. Sarmiento, la más antigua de toda la región, ya que había sido habilitada en 1873, que por entonces ocupaba el tradicional edificio ubicado frente a la Plaza Colón, del que hacia 1980 se trasladaría al que la alberga actualmente. Su acta fundacional se levantó el 21 de agosto de 1924 y en su reunión constitutiva se propuso que ella también se identificara con el nombre de Pablo A. Pizzurno, quien de inmediato remitió nota a su presidente, Marcelino A. Rodríguez, director de la mencionada Escuela Sarmiento y uno de los principales impulsores de la fundación, quien sería sucedido después en ambas funciones por María Luisa Lugones, al que manifestó que agradecía

«...profundamente el honor con que se me favorece aun cuando debo repetir lo que de palabra tuve ocasión de expresar a Ud. cuando, a mi paso por Carcarañá, fui enterado del noble y generoso propósito de Uds: No creo merecer tanta distinción».

La Biblioteca Pizzurno de Carcarañá, a pesar de tener el carácter de popular, funcionó durante décadas como biblioteca escolar, hasta que en 1967 se fusionó con el Lawn Tennis Club de Carcarañá y con el grupo cultural Amistad, trasladándose años después al edificio de ese club, donde se construyó una sala anexa a su salón de actos para albergarla.

Transcurrido un año, ya hacia julio de 1925, el educador escribió a Vicente Leoni agradeciéndole el pergamino que le habían hecho llegar sus amigos y admiradores cañadenses. A partir de entonces publicó varios trabajos en la revista literaria Cultura que editaba la Rivadavia, entre los que se contaron Analfabetismo moral y estético. Un medio para combatirlo - Bibliotecas y Discotecas y un texto pacifista. Y luego de su visita de 1928 hizo llegar a Leoni y Figueroa algunos libros y folletos para la Biblioteca Rivadavia y la que se identificaba con su nombre, que funcionaba en el edificio de la Escuela Normal Juan F. Seguí, y se refirió a su reciente paso por la ciudad, a través de un párrafo en el que expresaba:

«No sé lo que habrán dicho los diarios de esa de mi conferencia. Espero que habrán quedado satisfechos, o que, por lo menos, yo no habré hecho quedar mal parada a la Comisión Directiva. Aunque el frío era tan intenso y el viento no me trató muy bien, me ha quedado el más grato recuerdo de mi estada en esa, donde encontré gente intelectual del calibre suyo y de Figueroa, con quien pasé momentos muy agradables. No me aburrí un solo instante y el tiempo voló vertiginosamente».

Hacia 1930 el conocido educador ya había sido distinguido como socio honorario de la Biblioteca Rivadavia, y en su revista Cultura, bajo el título de «El Hombre para el puesto», se elogió una decisión del gobierno de facto del Gral. José F. Uriburu, en virtud de la cual fue nombrado vocal del Consejo Nacional de Educación el

«... profesor Pablo A. Pizzurno, el maestro que tantas simpatías conquistó en esta ciudad en las varias oportunidades en que nos cupo el placer de tenerlo entre nosotros, reverberante siempre de juventud a pesar de sus años...»

Un par de años más tarde, en noviembre de 1932, sus «ex-discípulos, admiradores e instituciones culturales» tributaron un homenaje al profesor Pizzurno en el Teatro Cervantes de Buenos Aires, en ocasión de celebrar sus cincuenta años en la docencia. En esa ocasión, entre otras expresiones de adhesión, el escritor Juan Torres recitó su Canto a Pizzurno y Mary Rega Molina el soneto Pablo el Maestro, fue interpretada una Ronda del Mº J. Serpentini con letra de la mencionada poetisa por alumnos de la Escuela Normal de Lenguas Vivas, habló la notable educadora Rosario Vera Peñaloza en nombre de la mujer y del magisterio argentino, cantaron voces de la Asociación Coral Argentina, actuó la Banda Municipal de Buenos Aires y el presidente de la Comisión Organizadora, profesor José J. Berrutti, destacó la rica personalidad y el ponderable perfil intelectual del educador, expresando en uno de los párrafos de su discurso que

«Pizzurno es hoy uno de los más altos exponentes del magisterio argentino. Lo proclaman así su inteligencia privilegiada, su gran corazón y sobre todo su acción fecunda, ininterrumpida a través de diez lustros, durante los cuales ni las fatigas, ni los desengaños, ni las ingratitudes de que está sembrado el camino de la vida han podido abatir la enorme pujanza de su espíritu ni la acrisolada hidalguía de sus sentimientos. Sus innumerables discípulos, diseminados en todo el país y en todas las posiciones sociales, dicen más de su biografía que los mismos documentos de su foja de servicios, no obstante ser éstos páginas de oro en los anales de la escuela argentina correspondientes al último medio siglo».

Cuando promediaba el año 1936 Pizzurno puso de manifiesto, una vez más, su fuerte vínculo institucional con la Biblioteca Rivadavia, al aceptar representar a la entidad, en su calidad de socio honorario de la misma, en la Conferencia Popular por la Paz de América, que sesionó en Buenos Aires bajo la presidencia de la doctora Alicia Moreau de Justo.

A la muerte de Pizzurno, que se produjo el 20 de marzo de 1940, Cultura publicó una elogiosa recordación, seguida de una sucinta biografía, y también un soneto del poeta cañadense José F. Cagnin, en el que además de admirar sus «manos fecundas de sembrador» y de destacar que había sido un maestro que divinizaba su función, aseveró, con el grandilocuente lenguaje literario usual en esa época y también con un acierto que no podemos dejar de compartir, que

«Tuya fue la verdad. Conquistador

del alma nueva y la razón sencilla,

usábais como espada la cartilla

y el libro fue tu escudo protector».