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Por Gerardo Álvarez

 

En 1861, doblegado el débil gobierno de la Confederación Argentina –que tenía su sede en Paraná- en la confusa batalla de Pavón, donde como sutilmente infiriera don

Eudoro Carrasco habían tenido lugar «dos triunfos y dos derrotas», ya que por un lado se habían impuesto la artillería e infantería de Buenos Aires y por otro a los aguerridos jinetes de la Confederación, y tras la retirada del vencido general Urquiza a su provincia de Entre Ríos, el Presidente de la Confederación Argentina, Santiago Derqui, designó jefe de los restos del ejército confederado al general Benjamín Virasoro. Esta fuerza, integrada por unos mil doscientos hombres, se replegó hacia la provincia de Santa Fe y estableció su campamento en la «costa del Carcarañá», no lejos de la ciudad que hoy lleva ese nombre, trasladándose luego a la cercana Cañada de Gómez1 que parecía un lugar más seguro, apartado de los dos viejos caminos que cruzaban, al norte y al sur del río, el pago de los Desmochados.

Un jefe uruguayo que formaba parte del ejército de Buenos Aires, el general Venancio Flores, resentido porque las fuerzas de caballería que pelearon a sus órdenes en Cepeda y Pavón habían sido arrolladas en ambos encuentros armados por los jinetes de la Confederación, buscó y encontró la manera de tomarse una revancha. Para ello escribió a Bartolomé Mitre asegurándole que era necesario «darle(s) una sableada o al menos mostrárseles de cerca»2 a los desmoralizados soldados de la Confederación. Como el requerimiento tuvo, lamentablemente, una respuesta favorable, preparó sus tropas y estableció patrullas para vigilar al enemigo a lo largo de la costa del Carcarañá. El historiador Félix Chaparro relata que, en esas circunstancias, se produjo un pequeño encuentro armado en el que tuvo destacada actuación otro famoso jefe mitrista:

«El arrojado coronel Sandes, en una recorrida que efectuaba por la costa, acompañado por veinte de sus hombres (21 de octubre), advirtió del otro lado un grupo numeroso de la gente de Virasoro. Sin medir el peligro ni las consecuencias, se lanzó al agua y atravesó el río, produciéndose luego un entrevero, y aunque se dispersó al grupo santafesino, Sandes resultó herido de un balazo en el vientre. Trasladado luego a Rosario, le fue extraída la bala, y aquel hombre extraordinario pudo incorporarse nuevamente al ejército de Flores, en vísperas de la acción de Cañada de Gómez.»3.

Aunque este trabajo histórico fija como fecha de ese entrevero de Carcarañá el 21 de octubre de 1861, una carta de otro jefe porteño, escrita el día anterior, parece referirse al mismo hecho, que en tal caso debió producirse antes:

«La pacificación de esta provincia (Santa Fe) sigue ganando mucho terreno, pues ya de este lado del Carcarañá se puede asegurar que no hay un enemigo, habiendo pasado todos en el orden en que se encuentran, al otro lado de ese río, que se halla muy crecido, lo que no ha privado que el comandante Sandes hiciese pasar una partida á nado, sorprendiera á una guardia que guardaba el paso, la que huyó, dejando las monturas, armas y una balsa, todo lo que se trajeron a este lado, cuyo paso está hoy guardado por nuestras fuerzas, aunque santafesinas, quedando acampado el coronel Caraballo, jefe de una vanguardia de 500 hombres en las Saladas»4.

Después de ese irrelevante encuentro, que fue algo así como el preludio de la matanza de la Cañada de Gómez, el general Flores se dispuso a dar el salto final. Dos cartas escritas en Rosario por el general Gelly y Obes y dirigidas al gobernador de Buenos Aires, Manuel Ocampo, permiten conocer los inconvenientes que

encontraron las tropas mitristas para cruzar el Carcarañá. En la primera, fechada el 16 de noviembre de 1861, se expresa que «el reconocimiento de Flores y el ingeniero Hunt, ha dado por resultado que no se puede pasar la infantería, artillería, etcétera»5. La otra, del 21 de ese mes, presiente la inminencia del artero ataque:

«Tal vez, á estas horas, que son las once de la noche, el general Flores, con su fuerza de 2000 hombres, en la que van dos batallones, ha pasado el Carcarañá, y no es imposible que á la madrugada les caiga encima á ese grupo sin base que está acampado á cinco leguas de la costa. Tengo esperanza que ha de ser así»6.

Y Venancio Flores, efectivamente, con su ejército de más de dos mil hombres, acampó la noche del 20 de noviembre en la margen derecha del Carcarañá, atravesó con balsas el río en la madrugada del día siguiente, por el Paso de las Piedras, situado al norte del actual núcleo urbano, y concretó la operación que, según Chaparro, se preparó así:

«(Flores) luego dividió su ejército, enviando el 1 y 7 de caballería al mando del coronel Sandes en dirección a la Cañada de los Leones, a fin que dando un rodeo, viniesen a caer sobre el campamento de Virasoro en la madrugada del siguiente día. Por su parte con el resto de la caballería, marchó costeando río arriba para cerrar a la misma hora aquella formidable tenaza con que trituraría a su descuidado adversario»7.

Fue tan cruenta esa matanza de la Cañada de Gómez que el mismo general Gelly y Obes, que se mostraba esperanzado en los resultados del ataque de Flores, escribe el 23 de noviembre otra nota a Manuel Ocampo en la que reflexiona:

«El suceso de la Cañada de Gómez es uno de esos hechos de armas muy comunes, por desgracia, en nuestras guerras, que después de conocer sus resultados aterroriza al vencedor, cuando éste no es de la escuela del terrorismo. Esto es lo que le pasa al general Flores, y es por ello, que no quiere decir detalladamente lo que ha pasado. Hay más de trescientos muertos y como 150 prisioneros, mientras que por nuestra parte, sólo hemos tenido dos muertos y cinco heridos»8.

Así terminó, en los campos que bañan el Carcarañá y el manso arroyo de la Cañada de Gómez, la triste historia de la Confederación Argentina. Dos años después los vencedores comenzarían a hacer realidad un proyecto larga y estérilmente acariciado por el gobierno de Paraná, el ferrocarril de Rosario a Córdoba. Y cuando la vía comenzó a tenderse a través del viejo paraje de los Desmochados, seguramente sus esforzados pobladores debieron intuir que, a partir de entonces, casi todo habría de cambiar.

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1 Archivo del General Mitre. Tomo IX. Campaña de Pavón, Bs. As., La Nación, 1911, pág. 226 y ss.

2 Achivo del General Mitre, óp. cit., pág. 310

3 CHAPARRO, FÉLIX: «La matanza de la Cañada de Gómez» en Cultura, Revista de la Biblioteca Popular Bernardino Rivadavia, N° 109/110, Cañada de Gómez, enero-abril de 1845

4 Archivo del General Mitre, óp. cit., pág. 261

5 Archivo del General Mitre, óp. cit., pág. 273

6 Archivo del General Mitre, óp. cit., pág. 275 y s.

7 CHAPARRO, F..: óp. cit., pág. 33

8 Archivo del General Mitre, óp. cit., pág. 277 y s