Evangelio según San Juan 2,1-11.
Tres días después se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí.
Jesús también fue invitado con sus discípulos.
Y como faltaba vino, la madre de Jesús le dijo: "No tienen vino".
Jesús le respondió: "Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía".
Pero su madre dijo a los sirvientes: "Hagan todo lo que él les diga".
Había allí seis tinajas de piedra destinadas a los ritos de purificación de los judíos, que contenían unos cien litros cada una.
Jesús dijo a los sirvientes: "Llenen de agua estas tinajas". Y las llenaron hasta el borde.
"Saquen ahora, agregó Jesús, y lleven al encargado del banquete". Así lo hicieron.
El encargado probó el agua cambiada en vino y como ignoraba su origen, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo
y le dijo: "Siempre se sirve primero el buen vino y cuando todos han bebido bien, se trae el de inferior calidad. Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este momento".
Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él.
Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.
San Agustín (354-430)
obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Sermones sobre San Juan, 8,1
El agua se convirtió en vino
El signo por el cual Nuestro Señor Jesucristo cambió el agua en vino no sorprende a los que saben que Dios es el autor del prodigio. Él es quien, en las bodas, convierte el agua de las seis jarras en vino, él mismo que cada año renueva este prodigio en las viñas. Aquello que los servidores vertieron en las jarras ha sido cambiado en vino por la acción del Señor; del mismo modo, la lluvia que cae de las nubes es cambiado en vino por la misma acción del Señor. No obstante, no nos extrañamos de ello porque se repite cada año. La costumbre hace desaparecer el asombro. Es más sorprendente lo que pasó con el agua en las jarras.
¿Quién es capaz de considerar la acción de Dios que gobierna y conduce todo el universo? ¿No nos lleva a un asombro aplastante ante tantos milagros? Si uno considera la fuerza que está contenido en un solo grano de la primera especie, descubrirá una realidad tan grande que deslumbra al que lo observa. Pero los hombres, ocupados en otros asuntos, se han vuelto insensibles al espectáculo de las obras de Dios y olvidan la alabanza divina del creador. Así, Dios se ha reservado el hacer algunos prodigios extraordinarios para despertar a los humanos de su sopor y conducirlos a su alabanza.