Evangelio según San Mateo 20,20-28.
La madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Jesús, junto con sus hijos, y se postró ante él para pedirle algo.
"¿Qué quieres?", le preguntó Jesús. Ella le dijo: "Manda que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda".
"No saben lo que piden", respondió Jesús. "¿Pueden beber el cáliz que yo beberé?". "Podemos", le respondieron.
"Está bien, les dijo Jesús, ustedes beberán mi cáliz. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes se los ha destinado mi Padre".
Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos.
Pero Jesús los llamó y les dijo: "Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad.
Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes;
y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo:
como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud".
Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.
Bulle San Agustín (354-430)
obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Sermón para la ordenación de un obispo
“¿Pueden ustedes beber la copa que yo voy a beber?”
“Cristo dio su vida por nosotros, y nosotros también debemos dar la vida por nuestros hermanos”(1 Jn 3,16). Jesús dijo a Pedro: “cuando eras joven, tú mismo te ponías el cinturón e ibas a donde querías. Pero cuando llegues a viejo, abrirás los brazos y otro te amarrará la cintura y te llevará a donde no quieras.» (Jn 21,18)Es la cruz que le estaba prometiendo, es la Pasión. “Ve hasta allí, dice el Señor, apacienta mis ovejas, sufre por mis ovejas.” Así debe ser el buen obispo. Si no es así, no es un obispo.
Escucha este otro testimonio: dos de sus discípulos, los hermanos Juan y Santiago, hijos del Zebedeo, tenían como ambición los primeros lugares a costa de los demás. El Señor les respondió: “no saben lo que están pidiendo”, y agregó: “¿Pueden ustedes beber la copa que yo tengo que beber?” ¿Cuál copa sino la de la Pasión? Y ellos llenos de avaricia por la dignidad, olvidando su propia incompetencia, respondieron inmediatamente: “Podemos”. Jesús les respondió “Ustedes sí beberán mi copa, pero no me corresponde a mí el concederles que se sienten a mi derecha o a mi izquierda. Eso será para quienes el Padre lo haya dispuesto”. De esta manera demostraba su humildad, de hecho todo lo que prepara el Padre es también preparado por el Hijo. Vino a este mundo humilde: el mismo creador fue creado entre nosotros. Él nos hizo, pero fue hecho por nosotros. Dios antes del tiempo, y hombre en el tiempo: liberó al hombre del tiempo. Este gran médico vino a sanar nuestro cáncer, vino a sanar el orgullo mismo por su ejemplo.
Es esto lo que debemos observar y estar atentos en el Señor: miremos la humildad del Señor, bebamos la copa de su humildad, llenémonos de él, contemplémoslo. Es fácil tener pensamientos nobles, fácil gozar de honores, fácil prestar su oído a quienes nos halagan, y a aquellos que nos alaban. Pero cargar con las injurias, soportar con paciencia las humillaciones, orar por aquél que nos ofende (Mt 5,39.44): esa es la copa del Señor, he allí el banquete del Señor.




































