Evangelio según San Lucas 6,12-19.
Jesús se retiró a una montaña para orar, y pasó toda la noche en oración con Dios.


Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos y eligió a doce de ellos, a los que dio el nombre de Apóstoles:
Simón, a quien puso el sobrenombre de Pedro, Andrés, su hermano, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé,
Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Simón, llamado el Zelote,
Judas, hijo de Santiago, y Judas Iscariote, que fue el traidor.
Al bajar con ellos se detuvo en una llanura. Estaban allí muchos de sus discípulos y una gran muchedumbre que había llegado de toda la Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón,
para escucharlo y hacerse curar de sus enfermedades. Los que estaban atormentados por espíritus impuros quedaban curados;
y toda la gente quería tocarlo, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos.

Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.

Santa Teresa de Calcuta (1910-1997)
fundadora de las Hermanas Misioneras de la Caridad
No hay amor más grande

«Jesús subió a la montaña a orar, y pasó la noche orando a Dios»
Los contemplativos y los ascetas de todos los tiempos, de todas las religiones, han buscado siempre a Dios en el silencio, la soledad de los desiertos, de los bosques, de los montes. Jesús mismo vivió cuarenta días en perfecta soledad, pasando largas horas hablando de corazón a corazón con el Padre, en el silencio de la noche.
También nosotros estamos llamados a retirarnos, de manera intermitente, en un profundo silencio, en la soledad con Dios. Estar solos con él, no con nuestros libros, nuestros pensamientos, nuestros recuerdos, sino en una perfecta desnudez interior: permanecer en su presencia –silencioso, vacío, inmóvil, en actitud de espera.
No podemos encontrar a Dios en medio del ruido, la agitación. Fijémonos en la naturaleza: los árboles, las flores, la hierba de los campos, crecen en silencio; las estrellas, la luna, el sol, se mueven en silencio. Lo esencial no es lo que podamos decir a Dios, sino lo que Él nos dice, y lo que dice a los otros a través nuestro. En el silencio Él nos escucha; en el silencio, habla a nuestras almas. En el silencio nos concede el privilegio de oír su voz:
Silencio de nuestros ojos.
Silencio de nuestros oídos.
Silencio de nuestras bocas.
Silencio de nuestros espíritus.
En el silencio del corazón,
Dios hablará.