Corria las segunda mitad de los años 70, cuando se determinó que las bicicletas en nuestra ciudad, deberian contar para circular en forma obligatoria con patente, timbre y ojo de gato.
De no cumplir con esas normas, el bipedo era retenido por la autoridad competente y recuperado solo a partir del pago de una multa.
Sobre la patente: la misma era de color rojo apagado, de metal y con letra en numeros en negro. Para tramitarla había que dirigirse a la municipalidad y luego de algun tiempo de espera, presentar entre otros, la boleta de compra del rodado, con el numero de serie, que debía coincidir con los grabados por el fabricante en la parte inferior del centro del cuadro.
Los que intentaban seguir una linea de prolijidad, la colocaban con una roseta de madera anclada al avance del volante y los que no, directamente enrolladas en el avance y atadas con alambre para evitar robos. Hoy en día se suelen ver en algunas bicicletas.
Con respecto a los timbres -que debias accionar en cada esquina- existían los economicos y obviamente los de mejor calidad que contaban con un sonido mas agradable, pero ambos era victimas del robo de la tapa, por lo que los usuarios acudían a bicicleteros como Vidoni, Cerino y Gori entre otros, para la improvisacion de una chapa que cruzaba el dispositivo de sonido y tomado por tornillos, que evitaba en gran parte la sustracción.
Y en cuanto a los ojos de gato, estaban los convencionales, especificos para bicicletas y la creatividad de los cañadenses que adaptaban los de vehiculos de mayor porte, como tambien alguna que otra manija de aparador de diversos colores.
En fin, una linda historia, un lindo recuerdo vivido en nuestra ciudad y que en su momento tambien generó polemicas y algun que otro disgusto cuando te quedabas a pie por no cumplir con las normas, ademas de pagar la multa.




































