
"No debo, pues, mi queridísima hija, dejar pasar el primer mes del año sin llevar a tu alma el saludo de mi alma y garantizarte cada día
más el afecto que mi corazón alimenta por el tuyo, al que no dejo nunca de desear toda clase de bendiciones y de felicidad espiritual.
Pero, mi buena hija, encomiendo vivamente a tus cuidados ese tu pobre corazón: intenta hacerlo cada día más grato a nuestro dulcísimo Salvador, y actuar de modo que este nuevo año sea más rico en buenas obras que el año pasado, ya que, en la medida que pasan los años y se acerca la eternidad, hay que redoblar el esfuerzo y elevar nuestro espíritu a Dios, sirviéndolo con mayor diligencia en todo aquello a lo que nos obliga nuestra vocación y profesión cristiana"




































