La terrible situación de Venezuela nos habla de un drama inveterado de América Latina: « El de una sociedad de dos polos », de dos
sectores, o como han enseñado a entender en estos últimos años los medios de comunicación hegemónicos «de dos bandos” bien diferenciados.
A riesgo de caer en el simplismo, podemos ver claramente por un lado a la mayoría de la clase media y clase alta ligada a valores propios de sociedades occidentales cristianas – según los casos con vínculos e intereses extranjeros - con una visión Capitalista y “liberal de la vida”, partidaria de la economía de mercado e identificada con el concepto occidental de Democracia. Gente que pondera el mérito, hace una defensa férrea del concepto de la propiedad privada y acepta ser liderada por las élites históricas del país.
Por otro lado, una mayoría de gente de clase baja – históricamente abandonada por los poderes y gobiernos conservadores que durante más de una centuria le ofrecían la marginalidad y la miseria como únicos destinos - vinculada a reducidos sectores de la clase media con ideas de izquierda, algunos de corte más nacionalista, capaz de forjar una alianza con la cúpula militar decidida a conducir al país a una especie de “Capitalismo de Estado”; que en las últimas dos décadas sin haber logrado estar codo a codo con la riqueza material del país, supo “empoderarse” junto a las fuerzas armadas léales a Chávez para lanzar la llamada “Revolución Bolivariana”.
Maduro no es Chávez
El carisma y la capacidad de conducción y movilización del desaparecido líder, Hugo Chávez, catapultó a Venezuela a ejercer una hegemonía y un liderazgo de “lo popular” jamás visto en América Latina desde la época de San Martín y Bolivar.
Pero Venezuela hoy no es la de Chávez, aunque Maduro y el gobierno defiendan sus principios entre el coraje y la demagogia mientras el país estalla; tampoco es Argentina ni Brasil, mucho menos Uruguay, Chile, Paraguay, Bolivia, Ecuador o Colombia, su vecino y enemigo más íntimo. Para nada… La Venezuela actual, aunque lo parezca por compartir idioma y cultura, no se puede comparar con la de ayer ni con ninguna de esas naciones, aunque cientos de medios de comunicación defensores del conservadurismo más reaccionario hayan instalado con éxito la idea de que Venezuela padece los mismos defectos de un “populismo” a desterrar para que deje de ir camino a consolidar un comunismo a la cubana (por su coincidencia ideológica) con una de las reservas de petróleo más grandes del planeta.
Precisamente, a causa de esa realidad afectada por la presencia del petróleo, es que las principales potencias mundiales hoy se manifiestan abiertamente a favor de reconocer al presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, hasta hace poco un auténtico desconocido como presidente “legítimo” del país. La realidad dice lo que los medios callan: « Guaidó garantiza un flujo de crudo para el mundo rico », ese que Maduro reserva para otras cuestiones...
Así, una vez más, la decisión de un presidente de Estados Unidos es respaldada sin ambages por la mayoría de las democracias del mundo que se erigen como solución para Venezuela, mientras en algunos casos tienen sin resolver graves problemas internos – caso de España con los presos y exiliados catalanes – y Francia – con la revuelta popular de los chalecos amarillos donde ya hay muertos y heridos sin que nadie en el mundo pareciera enterarse o importarle un rábano.
Polarización política, nada nuevo
La agenda mediática lleva tiempo hablando con mucha hipocresía de “la polarización política de Venezuela”, algo que no es nuevo ni allí ni en otros países de Latinoamérica y Europa.
Es cierto que el país está dividido desde hace tiempo por fracturas raciales y socioeconómicas. Pero la polarización se ha profundizado en los últimos años. El profesor y analista político norteamericano, Noam Chomsky, ha marcado acertadamente que bajo la presencia de Trump se ha acentuado la retórica agresiva contra el Gobierno de Venezuela, sugiriendo acciones militares y calificando al país, junto con Cuba y Nicaragua, como una “troika de tiranía”. “Los innegables errores de gobernanza de Maduro y su Gobierno se han visto agravados por las sanciones económicas estadounidenses, que son ilegales para la Organización de Estados Americanos, la ONU y la propia legislación interior de EE.UU”, dijo.
Trump acentuó la crisis
La decisión de Trump “ha acelerado fuertemente la crisis política venezolana con la esperanza de dividir a sus fuerzas armadas y agravar la polarización de la sociedad, forzando a la gente a tomar partido”. Si se prosigue en esta dirección, anuncia Chomsky, el resultado más probable será “el derramamiento de sangre, el caos y la inestabilidad”.
Advierte también que no es fácil que un bando derrote al otro. Algo parecido ocurrió en España en 1936, cuando ni el Gobierno pudo aplastar la rebelión militar, ni la parte sublevada de los ejércitos fue capaz de hacerse con el poder. Una cruenta guerra fue el resultado. Detalla Chomsky que en el ejército venezolano hay 235.000 combatientes de primera línea y al menos 1,6 millones en las milicias.
Muchos de ellos combatirán, no solo en defensa de la soberanía nacional -algo muy embebido en el pensamiento latinoamericano- frente a lo que se percibe como una agresión dirigida por EE.UU. sino también para protegerse de la probable represión que padecerían si tiene éxito el golpe de Estado.
Sin olvidar los resonantes fracasos de EE.UU. cuando ha pretendido cambiar por la fuerza el régimen de un país (como en Libia, Irak o Siria) y teniendo presente la historia moderna de Iberoamérica, Chomsky coincide con gran parte del pensamiento no sumiso ante los intereses de EE.UU. al afirmar que “la única solución es un acuerdo negociado, como ha ocurrido en el pasado en América Latina cuando las sociedades polarizadas eran incapaces de resolver sus discrepancias mediante elecciones”.
Concluye el politólogo estadounidense diciendo que la comunidad internacional debería “apoyar las negociaciones entre el Gobierno de Venezuela y sus oponentes para que el país pueda finalmente salir de su crisis política y económica”.
Evidentemente que “las políticas de Estado” de EEUU y la Unión Europea contemplan más beneficiosa una salida que permita a sus multinacionales participar del manejo y distribución del petróleo. Eso les importa mucho más que ahorrar dinero y vidas humanas en Venezuela. El argumento de sacar a Maduro “para promover la democracia y facilitar la ayuda humanitaria” se desvanece ante la realidad europea en la que los gobiernos hacen la vista gorda al accionar de las mafias que trafican con la vida y la muerte en el Mar Mediterráneo. O acaso no tienen información de los miles de seres humanos que mueren en sus aguas escapando del hambre y las guerras? Dónde está la gente sensible de Europa y el mundo democrático que hoy pide a gritos que saquen a Maduro del poder, mientras sus gobernantes se pelean a ver quién hace más defensa de su raza y cultura devolviendo a los desesperados provenientes de África y Asia?
“La hipocresía del poder escondida detrás de la Democracia”.
Una democracia representativa aniquilada por el modus operandi del pluripartidismo que cada vez atiende menos los problemas de las mayorías y cierra filas con los sectores que concentran la riqueza.
Pero no vayamos a pretender caminar hacia otro lado, porque nos tildarán de antisistema, de antidemocráticos, como si fuésemos una especie de “nuevos herejes de la democracia” y enemigos de la libertad y la prosperidad.
Ayer apelaban al epíteto de zurdo, rojo o extremista, hoy se han inventado términos “populista y radical”, y así lo venden muy bien a los cándidos del globo que se conforman con ir a votar cada tanto para vestirse de pacifistas, democráticos y libres en una sociedad dirigida por una mayoría de corruptos y mezquinos personajes del mundo de la política y la empresa, a quienes después condenan con pataletas inconducentes entre familiares, amigos o por las redes sociales en un fallido intento de calmar su bronca y frustración.
Hubo un líder político que alguna vez dijo “el pluripartidismo es la pluriporquería”. Quizá por mi juventud, en aquel momento me costó aceptarlo.
Hoy, viendo cómo se mueven los hilos de la política internacional para dar un golpe de Estado en Venezuela, para criminalizar a Maduro y su gobierno, mientras las mayorías esperan impávidas y consternadas los despropósitos que sobrevendrán, lo empiezo a considerar como verosímil.




































