Una de las primeras bilocaciones del Padre Pío sucedió en la década de 1920 y nada menos que frente al papa Pío XI.


A principio de la década de 1920 los enemigos del Padre Pío habían fraguado un complot con historias falsas y rumores para que fuera suspendido permanentemente su sacerdocio.

Es así que en 1923 el Santo Oficio emite un decreto diciendo que las cosas que sucedían alrededor del Padre Pío no eran sobrenaturales.

Pero a pesar de ello los penitentes siguieron llegando a San Giovanni Rotondo para confesarse y pedir orientación al fraile.

Así que en 1924 emitió un nuevo decreto que exhortaba directamente a los fieles a no tomar como sobrenatural las cosas del Padre Pío.

Y en 1925 le impusieron restricciones en la duración de la misa, de las confesiones, de las conversaciones con otras personas.

Y hasta se le prohibió que escribiera cartas y que viera a su director espiritual.

En medio de esta confabulación el Papa Pío XI hace una reunión para evaluar el caso y la posible suspensión a divinis que sus contrarios pedían.
Participaron cardenales de alto rango, la mayoría contrarios al Padre Pío, como el cardenal Merry del Val.

Pero también tenía sus defensores como el Secretario de Estado Cardenal Gasparri y el cardenal Sili, que era el Prefecto de la Signatura Apostólica.

Pero en medio de la reunión pasó algo insólito.

Fue en el momento en que la discusión estaba en su punto más comprometido y cuando el Papa mostraba signos de aceptar la suspensión a divinis del Padre Pío.

De repente se abrió la puerta de la sala y entró un joven fraile capuchino, que tenía las manos escondidas en las mangas de su hábito e incluso parecía caminar con una leve cojera.
Se acercó al Papa, arrodillándose y besándole los pies y luego le dijo,

“Su Santidad, por el bien de la Iglesia no permita que esto ocurra”.
Nada más que eso.

Le besó nuevamente los pies, le pidió su bendición y salió de la habitación como había entrado.

Rápidamente llamaron a los guardias suizos que estaban custodiando la puerta y estos dijeron sorprendidos que no habían visto a nadie entrar a la sala y que tampoco habían visto por ahí a ningún fraile con hábito capuchino.

El papa intuyó lo que podía haber sucedido y ordenó investigar sigilosamente dónde estaba el Padre Pío en ese momento preciso.

El cardenal Sili fue encargado de ir a San Giovanni Rotondo.

Y allí el padre guardián del convento le certificó que ese día y a esa hora el Padre Pío estaba recitando la liturgia de las horas en el coro con los demás monjes.

El resultado fue que el papa Pío XI no suspendió a divinis al Padre Pío.

Y aunque las acusaciones siguieron, el papa Pío XI se mostró progresivamente más favorable a él.