
La globalización financiera se está tragando a la democracia representativa, haciendo que el contrato social se rompa y así “el descrédito de la política” es moneda corriente en prácticamente todos los países del mundo.
La pregunta que cabe hacerse es “si son viables nuestras democracias en este estadío del Capitalismo global con fuerte concentración económica-mediática que incrementan el poder de las corporaciones?" Si aceptamos que la “democracia es el poder del pueblo” y que este gobierna a través de sus representantes, vemos que en realidad y en la práctica cotidiana hoy el poder real le está privando de ese derecho a las mayorías.
Así las élites terminan expropiando el poder popular. Menosprecian la crítica y eclipsan toda mirada de quienes se plantean un cambio o intentan caminar en otro sentido. La captura del Estado Si no se libera al Estado de esta captura, estamos frente a la presencia de una operatoria particular de estigmatización de la política y los políticos. Ese ejemplo, de vínculo con la corrupción es destructivo y desmovilizador. Con la política y el Estado estigmatizados solo queda espacio para un estilo de gestión pública desde la ideología de mercado. Así todo queda en manos de las empresas y sus gestores.
La particularidad de esta “nueva” corriente ideológica es que en la práctica no hay un desapego al Estado como en el viejo Capitalismo sino que se usa al Estado como instrumento de enriquecimiento de las élites. Antes, la captura del Estado se hacía a través de intervenciones militares, golpes de Estado con las Fuerzas Armadas como instrumento político. Ahora se logra dentro de la misma democracia a través de elecciones libres y con una especie de “conjura” entre poder empresario-mediático, judicial y legislativo.
De esta manera, cada sector obtiene sus beneficios (directos o indirectos) apropiándose de un Estado al que “todos prometen depurar de la corrupción a la que le sometieron gobiernos anteriores; “criminalizándolos a todos con el calificativo de populistas”, se ubiquen estos más a la izquierda o a la derecha.
Quien quiera tener una explicación más exhaustiva y mucho más amplia sobre esto podrá leer el libro de Daniel García Delgado: “Élites y Capturas del Estado, control y regulación en el Neoliberalismo tardío”, donde el autor se explaya profusamente sobre el tema dejando entrever “que el poder toma el poder” sin tener un proyecto de desarrollo real y concreto sino más bien operando como sector dominante con un mecanismo más al estilo “banda” que de “clase o burguesía”.
Deslegitimar al campo popular La estigmatización del pobre y del militante político que pregona la búsqueda de igualdad, tan extendida en estos últimos años en América Latina, obedece a una clara intencionalidad política de deslegitimar al campo popular. Hay una novedosa y perversa acción de la derecha “moderna” que pretende enterrar el mérito y quitarle valor a todo aquello que defienda o promueva el ascenso de los que están más abajo en la escala social.
Y no es casual que la batalla del relato la haya ganado esa derecha. Su éxito podemos constatarlo en el pensamiento de tantísima gente de clase media y clase baja que mira con resignación su futuro, responsabilizándose a sí misma y a los gobiernos anteriores (de corrientes ideológicas más ligadas a lo popular o a la izquierda, según el caso) de sus padecimientos presentes.
Hoy la batalla ideológica no está marcada por el debate sobre la explotación del hombre por el hombre o el nuevo rol del mercado. Ahora estamos bombardeados con un relato que pondera la renuencia al pensamiento político, con especial énfasis en denostar el pensamiento crítico mostrándolo como “aburrido, negativo o derrotista”. Así estamos cayendo en una sociedad donde la superficialidad lo invade todo, donde el exceso de información o lo “viral” sirve, principalmente, para entretener y desinformar.
La mayor parte de lo difundido y publicado se hace desde una visión que nos deja poco espacio para ver el fondo de cada problema. Las nuevas alianzas en materia de medios de comunicación no está destinada a informar más y mejor ni emparentada con una integración entre clase media y clase baja, más bien todo lo contrario. El meta mensaje o subterfugio pareciera ser: “Hay que tenerlos a unos contra otros con una agenda que priorice siempre hechos más o menos relevantes que se aproximen al escándalo social, político, económico para que se produzca un rechazo, una desaprensión e inmovilismo por causa del hartazgo de la gente”.
Algunos Datos * A comienzos de la década del ‘60 solo el 10% de la economía pasaba por el comercio mundial, hoy esa cifra ha ascendido al 50% (en desmedro de las economías locales). * En la actualidad, las transacciones financieras triplican la actividad comercial. * Las redes de empresas y la deslocalización empresaria le han quitado espacio a los proyectos de tinte más nacionalista de las burguesías, que hoy solo aspiran al éxito vinculadas a sectores externos.
Esto demuestra que la dinámica ha cambiado en todo el mundo y que “la alianza entre desarrollo capitalista y política de masas ya no existe”. Precisamente, lo explica muy bien en su obra Daniel García Delgado, diciendo que esto es lo que “todas las élites (tanto de EEUU, América Latina y Europa) se propusieron cambiar” y, en parte, lo están logrando a pesar de la creciente conflictividad social que existe. Fenómenos como el de los “chalecos amarillos” en Francia, al que muchos medios interesadamente vinculan únicamente a la violencia social (que también existe y no precisamente por obra del azar), representan un ejemplo del duro momento que viven vastos sectores de las sociedades más avanzadas o desarrolladas.
Gente que hace política en las calles, en las redes y en los medios desde el descreimiento en los políticos y en los partidos tradicionales. Aún con diferencias de contextos y matices, el origen de ese descreimiento y hartazgo social tiene puntos en común en buena parte del planeta. La invisibilidad de los problemas de la mayoría producto del alejamiento de la clase política a su propia esencia, a su razón de ser, ha ido haciendo mella hasta terminar por romper el contrato social.
Por ello, cada vez encontramos más gente sumida en la impotencia “con el sentimiento de que los políticos no hacen nada, que solo piensan en su beneficio personal y de su sector, y que poco a poco le han ido arruinado la vida”; empobreciéndolos y construyendo una mirada de desconfianza sobre el futuro personal y el de sus hijos. Pero también hay una crisis dentro de la misma clase dominante, porque la concentración de la riqueza no deja espacio para que todos estén en lo más alto. Y la ideología neoliberal hoy pone a todo el mundo a obsesionarse con ascender, con ir a más, tener más… No importan las formas ni donde se esté, lo importante es subir, escalar.
Lo cual tampoco es nada fácil ante un mundo donde “la renta del capital hereditario y especulativo supera con creces a la del capital productivo” – como bien lo afirma en su libro “El capital en el siglo XXI”, Thomas Piketty. Precisamente, el economista francés, especialista en analizar la desigualdad económica que va en aumento en todo el planeta, viene a remarcar la importancia de darnos cuenta que de seguir así llegaremos a una especie de cuello de botella (dentro del mismo sistema) en el cual un amplio porcentaje de la población tendrá serias dificultades para alimentarse y acceder a lo indispensable en materia de salud y educación. Desafío y alternativas Está claro que el desafío que tenemos por delante es enorme.
También que esto tan sobrevalorado de ir a votar cada tantos años para darle un poder a un representante político que incumple lo prometido sin riesgo de que su mandato sea revocado, “hace tiempo que ha dejado de tener un valor real”. Tanto como la idea de imaginar gobiernos dictatoriales, donde se imponga deliberadamente una forma de vivir que restrinja las libertades individuales.
Llegados a este punto, no faltará quien se pregunte con cierta inquietud: ¿Cuál es la alternativa a este modelo o sistema? Muchos nos empecinamos en pensar que alternativas tiene que haber, aunque hasta hoy no hayamos sido capaces de encontrarlas; sea por falta de inteligencia, de compromiso o imaginación.
Otros, resignados, seguirán considerando que no hay más remedio y que es mejor (sobre todo más sencillo) ocuparse cada uno de sí mismo sin pensar en algo nuevo tendiente a generar condiciones para que todo vaya mejor o, según el caso, pueda empeorar (como por ejemplo, ha pasado en Cataluña donde personas pacíficas y honestas por asumir compromisos políticos desde sus ideales y principios tuvieron que debatirse entre aceptar ir injustamente a la cárcel o tomar el camino del exilio). Sea cual fuere la idea de cada uno, pienso que “nada lograremos estancados en un clima de permanente descontento, donde el desasosiego o la pasividad (según el caso) sean los únicos elementos de conexión con nuestros representantes”. Lo sostengo con la misma firmeza que el genial Albert Einstein decía que “si buscamos resultados distintos deberemos dejar de hacer lo mismo”; es más, al hecho de pretender eso él lo consideraba “como una forma de locura”.
Desde esta lógica y desde una visión que nos acerque más al optimismo, bien podríamos ponderar la alternativa del cambio como lo más viable para enfrentar el gran desafío que tenemos como ciudadanos. Un desafío que pasa por devolvernos la posibilidad de, al menos, intentar reconstruir la esperanza y darnos un espacio para que los sueños nos vayan marcando el camino a seguir.
No por creer ingenuamente que ese camino será fácil o menos árido, sino porque quizá tenga más que ver con nosotros mismos, con nuestra propia “esencia”; esa de la que día a día, subrepticiamente, y por cuestiones mezquinas nos va alejando la agenda que marcan los medios de comunicación y el poder real.




































