Elsa Partelli, 1925- 2016, justa y ejemplar docente e inolvidable rectora del Nacional
Nota 1ª. Por Gerardo Álvarez
En muchas de las familias italianas que emigraron a la Argentina en las últimas décadas del siglo XIX o primeras del siguiente, era
común que se celebraran matrimonios entre sus propios hijos, tal como ocurrió con el que formalizaron en Cañada de Gómez Virginio Partelli y Emilia Mascotti, oriundos de la región de Trento, en el norte de Italia, cuando ella todavía pertenecía o recién había dejado de pertenecer al Imperio Austro-Húngaro, en tiempos de la Primera Guerra Mundial. De esa unión nacieron Ciro Julio César, el 9 de julio de 1920, y Esa Inés, el 9 de marzo de 1925, quien falleciera el 20 de julio de 2016.
En el tiempo en que ambos eran niños don Virginio tenía instalado su negocio, cigarrería y librería, en la esquina de Ocampo y Moreno, y mientras Ciro concurría a la Escuela Sarmiento, Elsa cursó su educación primaria en el Colegio San Antonio de Padua, en el que se sintió muy cómoda y al que siempre recordó con mucho afecto, tal como lo expresa en un testimonio que quien escribe incluyó en su libro El San Antonio:
«Ingresé al Colegio San Antonio de Padua en el año 1931 y egresé en 1937. Era un colegio antiguo pero lindo, allí pasé parte de mi infancia, no sólo concurriendo a un turno sino a los dos, mañana y tarde. Por la mañana clases y por la tarde labores.
»Tuve como maestras religiosas muy buenas, puedo nombrar a la Hermana Eufrasia, a la Hermana Chantal, a la Hermana Patrocinio, quien me llevó de la mano en primero inicial.
»La disciplina era extraordinaria. No éramos muchas las alumnas, había mucha cordialidad, mucha amistad y cariño. El trato con las Hermanas era realmente de un gran respeto y de una gran admiración.
»Yo en el Colegio de las Hermanas disfrutaba por las tardes, cuando finalizaba la hora de labores, alrededor de las cuatro de la tarde. Me quedaba en el Colegio porque tenía compañeras que se quedaban pupilas o medio pupilas. Yo me quedaba con ellas porque había en el patio una planta de damascos que me atraía muchísimo, y cuando las Hermanas no nos veían, nosotras tratábamos de bajar algunos damascos para saborearlos. Pero muchas cosas recuerdo del Colegio, esas horas de estudio con la Hermana Chantal, que era toda una autoridad. Recuerdo con mucho cariño a la Hermana Eufrasia, a la Hermana Rosalía, mi maestra de labores, que me enseñó a coser, a bordar, a saber realmente las cosas importantes que debe saber una niña».
Elsa y su hermano Ciro completaron el secundario en el Colegio Nacional Florentino Ameghino, y en el tiempo en que él ya era alumno de Derecho en Santa Fe ella sintió que su vocación la llevaba a estudiar Letras por lo que, contando con la autorización paterna, lo hizo en el prestigioso Instituto Superior del Profesorado de Paraná, del que egresó a fines de los años cuarenta, siendo así una de las primeras docentes de Cañada especializadas en literatura, lengua y latín.
De regreso en la ciudad, enseñó en el Colegio San Antonio de Padua, y en el mencionado testimonio reiteró su afecto por esta institución educativa:
«Tuve la satisfacción de volver, después de muchos años, al Colegio San Antonio de Padua, ya con mi título de profesora de Castellano y Literatura. Volvía de Paraná, de donde egresé del Instituto del Profesorado, y me encontré con la gran novedad de que la Sra. María Luisa Besson de Muñoz, me había designado como secretaria de la comisión de festejos de las bodas de oro. Gran honor, porque de esa comisión participaron personas mayores, y yo realmente era algo así como la benjamina del grupo. Pero la pasamos muy bien, trabajamos con un entusiasmo extraordinario y no descuidamos ningún detalle. Fue un festejo que se recordó por muchos, muchos años y ahora que me han pedido si yo tenía algún material de época, pude satisfacer ese pedido con una fotografía y los programas de esos festejos.
»Recuerdo muchas cosas, pero por sobre todo las grandes reuniones que hemos hecho para coordinar actos y que todo saliera perfectamente bien. Lo logramos».
Elsa también trabajó en la Escuela Normal Juan F. Seguí, pero buena parte de su relevante trayectoria docente transcurrió en el Nacional, correspondiéndole ocupar la vicedirección en 1958. Seis años después, al fallecer el profesor Carlos Alberto Valzorio, Elsa Inés Partelli ocupó interinamente la Rectoría a partir del 22 de abril de 1964, secundándola Emma Cáceres como vicedirectora, cargo que años después desempeñarían, mientras ella regía la casa, Dante Roviaro y Ada E. de Calace Gallo.
El Nacional contaba por entonces con cerca de trescientos cincuenta alumnos y catorce divisiones, su antiguo edificio de San Martín y Ocampo era cada vez más inadecuado y obsoleto a pesar de los esfuerzos hechos para mantenerlo y mejorarlo y, algo después, la profesora Partelli sería titularizada en el cargo tras aprobar un riguroso concurso, cuando ya ella se prodigaba al Colegio con su inalterable rectitud, su espíritu de justicia, su laboriosidad, su dedicación y también con su peculiar estilo, tal como lo haría inalterablemente a lo largo de un cuarto de siglo.
Una década después, gracias a su impulso, que fue acompañado por una activa Comisión Pro-Edificio a la que ella guio con acierto hasta alcanzar el difícil objetivo propuesto, se logró que luego de casi cuarenta años de interminables gestiones el gobierno nacional iniciara las obras del nuevo edificio en boulevard Centenario y San Martin. Y entonces, eficazmente secundada por dos laboriosos integrantes de esa Comisión, su presidente Leonel Goñi, y el tesorero, Gerardo F. Cabezudo –profesor del Colegio e intendente de la ciudad entre 1976 y 1982– y también por otros entusiastas cooperadores, pudo lograrse su inauguración aquel inolvidable 11 de noviembre de 1977, reconociendo la ciudad toda la pulcritud y transparencia con la que se manejaron los considerables aportes estatales recibidos, lo que constituye un detalle no menor y que merece ser destacado…
Algunas anécdotas y sucesos ocurridos durante su gestión, que aparentemente son menores, ayudan a comprender la manera de actuar que la caracterizaba y así, dado que un alumno, Alberto Ciccioli, realizaba cotidianamente un esfuerzo muy especial para llegar al Nacional en bicicleta desde el campo en que residía, lo que no pasó inadvertido para un profesor tan sensible como lo era el Dr. Héctor P. Tonella, éste propuso entregarle una medalla, lo que fue ejecutado de inmediato por Elsa Partelli, quien siempre estaba pronta para destacar los logros, esfuerzos y triunfos de los alumnos, tanto en el plano humano como en el intelectual o deportivo.
Pero así como valoraba lo correcto, ella también se tornaba muy severa ante casos de indisciplina o cuando los alumnos cometían travesuras, tal como por entonces ocurrió cuando en una fiesta de graduación en Sociedad Suiza los chicos quitaron las tarjetas de ramos de flores dirigidos por novios y familiares a sus compañeras y se los entregaron a las profesoras presentes, que se quedaron azoradas ante lo sensibles que eran los varones de esa promoción. Demás está decir que cuando el lunes siguiente se descubrió la farsa, Elsa no les entregó las libretas hasta que llegaron al Colegio con tantos ramos de flores como habían cambiado de destinatarias…
No era menor su celo cuando los alumnos que venían en tren desde pueblos vecinos se demoraban por Ocampo o Lavalle, ya que ella se les aparecía por detrás, instándolos a que apresuraran el paso, o cuando al ser advertida de que varios chicos ausentes deambulaban por el Parque y se aprestaban a comer un asado, avisara a varios padres para que fueran hasta allí en sus autos y ayudaran a que ese día no se perdieran el resto de las horas de clase. Esas actitudes y otras más, sobre las que se narran centenares de anécdotas, constituían evidentes testimonios de la loable y firme determinación que la caracterizaba tendiente a prevenir, impedir y controlar las actitudes y los procederes incorrectos. Y aunque a veces sus procedimientos originaban enconos y críticas entre los alumnos, nadie podía discutir que ellos se ajustaban estrictamente a las normas establecidas, por lo que cuando ellos concluían sus estudios en la casa terminaban por comprender la sana preocupación de la rectora, que en verdad no los estaba reprimiendo, sino cuidándolos y conteniéndolos con su reconocido sentido de la responsabilidad.