"El espíritu de Dios es espíritu de paz, y hasta en las faltas más graves nos concede experimentar un arrepentimiento tranquilo, humilde, confiado, que depende precisamente
de su misericordia.
El espíritu del maligno, en cambio, excita, exaspera y nos hace experimentar, en el arrepentimiento mismo, una especie de ira contra nosotros mismos, siendo así que el primer acto de caridad debemos dirigirlo a nosotros mismos.
Por tanto, si te turban algunos pensamientos, piensa que esta turbación no viene nunca de Dios, sino del diablo. Dios te regala la serenidad porque es espíritu de paz" (AdFP, 549).