Es la enseñanza que dejó un abuelo a su nieto y que nos pareció edificante exponer como moraleja.
Hace unos años, un abuelo tenía un bello patio con flores y plantas. "Era un vergel, un paraíso... al cual todos los días dedicaba su tiempo para que así luzca", relata su nieto a nuestra redacción.
Un día, este nieto al llegar a la casa del abuelo de visita, como lo hacía periódicamente, se encontró con las plantas frutales especialmente, despedazadas mal, como se dice en la jerga popular, literalmente achuradas, lastimadas, y al abuelo sentado con un serrucho debajo de una de ellas, desbastado emocionalmente y arrepentido por el panorama apreciado.
Sorprendido, el nieto se acercó a él y le preguntó que había pasado, y le contó que un rato antes, había tenido una fuerte discusión con un ser querido y que luego de ello salió a podar su jardín.
Tras charlar al respecto, el abuelo finalizó la conversación con esta expresión "Nunca podes enojado..."