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Al alba, tímidas gotas cayeron,
susurros de agua que pronto huyeron.
La tierra suspira, efímero aliento,
pero el sol regresa, dueño del tiempo.

Treinta y cuatro marca el destino,
fuego en el aire, ardor sin camino.
Veintiséis espera la noche callada,
pero el día brilla, sin tregua, sin pausa.

A las nueve, ya veintiocho arde,
menos nubes, más luz que antes.
Cañada resiste, sueña en su piel,
con sombras que jueguen y un fresco ayer.