"Fíjate bien: siempre que la tentación te desagrade, no tienes por qué temer, pues, ¿por qué te desagrada si no porque no quisiste sentirla?


Estas tentaciones tan inoportunas nos vienen de la malicia del demonio, pero el desagrado y el sufrimiento que sentimos por ellas vienen de la misericordia de Dios, que, contra la voluntad de nuestro enemigo, aparta de su malicia la santa tribulación, y por medio de ella purifica el oro que quiere incorporar a sus tesoros.

Digo más: tus tentaciones son del demonio y del infierno, pero tus penas y sufrimientos son de Dios y del paraíso; las madres son de Babilonia, pero las hijas son de Jerusalén. Desprecia las tentaciones y abraza las tribulaciones.

No, no, hija mía, deja que sople el viento y no pienses que el sonido de las hojas sea el rumor de las armas".