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"A él debes recurrir en los asaltos del enemigo, en él debes poner tu esperanza, y de él debes esperar todo bien.

No te detengas voluntariamente en aquello que el enemigo te presenta. Recuerda que vence el que huye; y tú, ante los primeros movimientos de aversión hacia aquellas personas, debes apartar el pensamiento y recurrir a Dios. Dobla tu rodilla ante él y con grandísima humildad repite esta breve súplica: “Ten misericordia de mí, que soy una pobre enferma”. Después levántate y con santa indiferencia continúa en tus asuntos".