"¡Oh Dios!, hazte sentir cada vez más en mi pobre corazón y realiza en mí la obra que has comenzado.
Siento en lo íntimo una voz que me dice insistentemente: santifícate y santifica. Pues bien, queridísima mía, es esto lo que yo quiero, pero no sé por dónde comenzar. Ayúdame, pues; sé que Jesús te quiere muchísimo y lo mereces. Háblale, pues, de mí que me conceda la gracia de ser un hijo menos indigno de san Francisco, que pueda servir de ejemplo a mis hermanos de modo que el fervor continúe siempre y crezca siempre más en mí de forma que haga de mí un perfecto capuchino".