
El tren ya no pasa,
pero el aire aún silba entre los pastos,
y el letrero verde resiste,
como un nombre que no olvida su historia.
Las flores amarillas saludan al viento,
y una sombra dorada
se posa sobre las vías dormidas.
El tiempo aquí camina lento,
se detiene a mirar el horizonte,
donde el sol, cansado y sereno,
se acuesta detrás de los árboles viejos.
Berretta sueña con ecos de hierro,
con voces que bajan, que saludan,
con la vida que alguna vez corrió
por estos rieles que hoy miran al cielo.
Y mientras cae la tarde,
la estación respira memoria,
y la tierra, suave y callada,
guarda su poema en silencio.





































