Hola, Jesús… buen día.
Hermoso pinta este domingo, tranquilo, luminoso.
Aquí estamos, tempranito, en el silencio maravilloso, solo interrumpido por el canto de los pájaros. Detrás del altar, los pinos quietos, el

cielo azul… un momento perfecto para estar con vos, para disfrutar de tu presencia y de tu palabra.

Hoy el Evangelio nos invita a mirar la parábola del fariseo y el publicano.
A veces nos acostumbramos a ver al fariseo como “el malo de la película”, pero eran los religiosos, los cumplidores, los que buscaban hacer el bien.
Y quizás por eso, también se sentían superiores, jueces de los demás.
Ahí está la trampa… cuando ponemos el acento en lo que yo hago, en mi esfuerzo personal, y nos olvidamos de tu gracia.

Porque cuando creo que todo depende de mí, empiezo a mirar al costado y sentirme mejor que otros.
Y entonces me convierto en juez, y dejo de comprender tu misericordia.
Pero vos, Señor, no viniste a buscar a los perfectos, sino a los que necesitan tu abrazo.
Viniste por los que se reconocen frágiles, por los que levantan la mirada y dicen:
💭 “Señor, ten piedad de mí, que soy pecador.”

Gracias, Jesús, por recordarnos que no nos salvamos por nuestras virtudes, sino por tu amor inmenso.
Por esa locura de amor que te hace entregarte una y otra vez por nosotros.

Ayudanos a vivir con humildad, a no juzgar, a no condenar,
a reconocernos pecadores y, desde ahí, descubrir tu misericordia infinita.
Porque solo en la pequeñez y la sencillez encontramos tu salvación.

🙏 Gracias, Señor, por tanto amor.